HISTORIA

Hablar de la Casa de Cultura de Jocotitlán es hablar de un lugar que ha acompañado a la comunidad durante generaciones. Este espacio no solo ha albergado talleres y exposiciones, sino también historias personales, tradiciones y formas de convivencia que siguen vivas hasta hoy.

Antes de convertirse en un espacio cultural, el edificio que hoy alberga la Casa de Cultura tuvo una vida previa que forma parte de la historia del municipio.

Después de la victoria en México-Tenochtitlán, los conquistadores comenzaron a “civilizar” a las comunidades que debían tributo a la antigua Triple Alianza, utilizando tanto la fuerza como la religión, mientras que también ocupaban los territorios que actualmente forman México. En la región que antes se conocía como Mazahuacán, donde los españoles fueron avanzando lentamente, comenzaron a surgir tensiones entre los conquistadores y los indígenas, quienes rechazaban los “derechos de conquista” que les eran impuestos. Como resultado, las autoridades decidieron enviar a Gonzalo de Sandoval, quien llegó al Valle de Toluca en junio de 1520 con 18 caballeros, 100 soldados de infantería y un considerable número de indígenas para someter a los matlazincas, que junto con los mazahuas se habían levantado en armas. La ventaja numérica y la calidad de las armas fueron claves para su derrota; por lo tanto, los matlatzincas y mazahuas no intentaron levantarse de nuevo, a pesar de su conocida ferocidad en combate. La historia indica que las tres grandes etnias: otomíes, mazahuas y matlatzincas demostraron valentía y agresividad en múltiples ocasiones. La Triple Alianza llevó a cabo varias expediciones en la región para controlar a los indígenas. Según la “Relación de Michoacán”, durante el gobierno de Cazonzi Tzitzipandacuare, este líder llegó a Toluca y Xocotitlán con la intención de dominar a los matlatzincas y mazahuas, quienes tras intensos y prolongados enfrentamientos tuvieron que retirarse, dejando más de 16,000 guerreros en el campo de batalla.

Poco después de ser derrotados, el área fue entregada a los soldados supervivientes de la conquista, quienes rápidamente comenzaron a aprovechar los recursos naturales. Entre ellos, llegó a Jocotitlán un hombre, Francisco de Villegas, quien recibió muchos beneficios. El 25 de agosto de 1524, fue designado responsable de Uruapan en el Estado de Michoacán, donde, según diversas fuentes, sometía, explotaba y maltrataba a los indígenas que estaban bajo su cuidado. Villegas tuvo conflictos serios con Don Vasco de Quiroga, quien entre 1533 y 1537 actuó como visitador por orden del Rey, luego se convirtió en el primer obispo de la Diócesis de Michoacán, y también fue defensor de las comunidades indígenas purépechas, que lo apodaron cariñosamente “Tata Vasco”, hasta su fallecimiento el 14 de marzo de 1565 en Uruapan.

El 8 de noviembre de 1535, Francisco de Villegas recibió “un lugar de estancia para ganado menor a las afueras del pueblo en un sitio denominado Jocatlaquezayoloca”. Se le autorizó la posesión de la estancia Xocotitlán-Atlacomulco el 8 de noviembre de 1535 por un decreto real, que fue emitido en Toledo el 19 de diciembre de 1536 y ratificado en Toledo el 19 de abril de 1537, donde también se le concedía la cesión de derechos en el mismo lugar.
En 1540, se le otorgó la tercera encomienda, esta vez en Temascalcingo, Estado de México. A diferencia de lo que sucedió en Uruapan, Villegas adoptó en estos sitios una postura más compasiva, permitiendo a los evangelizadores llevar a cabo su misión de integrar a los indígenas a la fe católica. Aunque se les dejaba participar en actividades de construcción, conventos y otras labores, continuaron los abusos y la explotación, aunque en menor grado, ya que los españoles buscaban acumular riqueza y Don Francisco de Villegas no tenía objetivos muy distintos a los de los demás. Sin embargo, es cierto que fue menos duro que en Uruapan, posiblemente gracias a la influencia de Vasco de Quiroga, quien solicitó un trato más justo para los indígenas atribuidos de Xocotitlán y Atlacomulco.